domingo, 14 de febrero de 2016

La paradoja de Abilene: el peligro de seguir al grupo



-Por Abner Huertas



Cuenta una historia que estaba una familia jugando a las cartas, el padre les dice —Tengo hambre, ¿qué comemos?— ninguno le respondió —vamos a comer a Abilene, ¿qué dicen?— todos se ven entre sí. La hija le dice que le parece una buena idea, y voltea a ver a su marido, quién le dice que le gustaría ir, pero que solo si su mamá quiere. La mamá mira a cada uno y les dice que le parece una estupenda idea.

Siendo casi las cinco de la tarde, salen para Abilene un pequeño pueblo a unos noventa kilómetros. Al regresar de cenar, de haber recorrido casi 180 kilómetros y ser casi las nueve de la noche, van a descansar a la sala.

—¿Saben? La verdad hubiera preferido quedarme en casa— les dice la hija.
—¿Quedarnos?— le responde su marido —yo hubiera querido lo mismo— los suegros lo voltean a ver.
—Entonces ¿por qué dijiste que sí?— le pregunta su esposa.
Porque tu mamá quería ir— él voltea a su suegra.
Yo tampoco quería ir— le dice la suegra con los ojos abiertos —solo acepté porque pensé que querían ir y no pretendía arruinar el momento— un corto silencio inunda la sala.
Yo tampoco quería ir— les dice el papá —hice la propuesta como broma, pero al ver que se emocionaron no quise retractarme.

Todos se quedaron por unos segundos en silencio, de pronto comenzaron a reír. Ninguno quería ir, pero todos fueron. ¿Qué sucedió?

La historia anterior es conocida como «La paradoja de Abilene»; como pudiste leer, trata de una familia que “decide” ir a comer a un lugar, pero que en realidad ninguno quería ir. ¿Es posible que hagamos algo que no queremos? Esta historia demuestra que sí, y en realidad es más a menudo de lo que imaginamos.

La paradoja de Abilene existe en diferentes ámbitos de nuestra vida, siendo específico, en nuestros grupos sociales; lo interesante de ésta, es que es más habitual de lo que podríamos imaginar, y al mismo tiempo puede llegar a ser muy peligrosa.

Una de las razones por las que puede llegar a ser peligrosa, es porque la paradoja tiende a resguardar nuestros verdaderos sentimientos, y esto hace que tomemos decisiones que sabemos no queremos o no hay que tomar. 

Veamos un ejemplo muy sencillo. Un grupo de amigos se reúne para hablar sobre una película que acaban de ver, a ti te pareció fatal, pero el resto del grupo comienza a decir que es una película excelente y hablan de lo bien que la pasaron. Cuando te preguntan qué te pareció la película, tú les dices que estuvo bien, aunque por dentro la detestes. En este caso caes en un conformismo por presión de grupo, porque decir que la detestaste te convierte en minoría y tendemos a creer que las minorías son excluidas. 

Sigamos indagando. Al decir que la película te gustó, pero en realidad la detestas, dentro de tu mente chocan dos ideas contrarias, una que te fuerza a pensar que la película fue buena, y la otra —que es lo que de verdad sientes— que fue pésima; a este choque de ideas se le conoce como una distorsión cognitiva. Este desequilibrio de pensamientos puede provocar un poco de ansiedad y de estrés. Entonces ¿por qué cediste? Las respuestas pueden ser muchas, depende de la situación con el grupo, quizá recién los conociste y no quieres que te vean como extraña; quizá está la persona que te gusta y ella dijo que le fascinó entonces quieres agradarle; en fin, puede existir muchos factores que te lleven a eso.

El tema con la película digamos que es “trivial”. ¿Qué sucede cuando lo que está en juego son vidas? ¿O cuando lo que está en juego es mucho dinero? Muchas veces podemos llegar a tomar decisiones por la mera presión del grupo o de la sociedad. Supongamos que en una pareja de novios, la novia queda embarazada. La familia, amigos, iglesia y el resto de la sociedad ¿qué esperaría? Imagino que pensaste en que deben —palabra a mi criterio muy peligrosa— casarse. Él no se quiere casar. Ella tampoco se quiere casar. Es más, ninguno está enamorado del otro, pero se casan. Al pasar los años las cosas empeoran y se divorcian. El día del divorcio ella le dice que en realidad quería criar a su hijo sin casarse, él le dice que tampoco quería casarse. La paradoja de Abilene se repite.

El ejemplo anterior es más común de lo que parece. La pareja se casó por seguir lo que el grupo dictaba aun cuando sus deseos eran otros. No estoy abogando por una falta de responsabilidad, solo estoy haciendo ver algo que a pesar de tener mucho sentido común, no nos damos cuenta.

Otro aspecto donde vemos la paradoja de Abilene, es en el trabajo. Imaginemos que se inicia un proyecto y todos comienzan a decir que es una excelente idea, pero por dentro todos opinan que es una pésima idea, ¿qué es lo que sucede? Existen otros temas que podrían entrar en juego, como lo es la obediencia ciega, pero eso es para otro artículo, por lo pronto con que sepamos que muchas veces seguimos al grupo solo porque una figura de autoridad dice lo que hay que hacer, y como nadie se atreve a contradecirlo, entonces todos siguen la corriente. Uno de los problemas que ocurre en estos casos cuando las cosas salen mal, es que nadie quiere asumir la responsabilidad. No digo que hay que irrespetar la autoridad, pero sí que es importante exponer nuestro punto de vista.

Somos seres humanos, vivimos en sociedad. El deseo de pertenencia nos hace seguir la ruta del grupo, cuando lo que queremos es seguir otra diferente. Cuando estamos en una ruta, que no es la que queremos, tendemos a justificarnos como una forma de echarle ungüento a nuestra consciencia por la oposición de ideas que en ella se libra. 


Lo importante y el mensaje que quiero dejarte es: muchas veces hay que atreverse a ir en contra del grupo para hacer lo que queremos hacer.

iDeo®
2016
Fotografía cortesía de freedigitalphotos.net y debspoons