-Por Abner Huertas
En la vida hay dos eventos que todos compartimos y compartiremos: todos nacimos y todos moriremos; lo que hay en medio de estos dos acontecimientos es lo que llamamos: vida.
Nuestra vida está llena de momentos agradables, otros no. Algunos tendremos la dicha de vivir en un lugar de oportunidades, otros no. Algunos comparan la vida como una montaña rusa, en la que hay subidas y bajadas. Otros lo comparan como una cordillera, en donde hay momentos que nos sentimos en la cima de la montaña, pero también hay valles de desesperación en los que sentimos desfallecer. Ambas metáforas nos dan una idea clara de lo que es vivir: la vida es dinámica y no siempre nos dará lo que queremos.
A los 36 me siento satisfecho por muchas cosas que he logrado, pero también puedo decir que aún tengo muchas cosas más por hacer de las cuales espero tener vida para lograr, o al menos intentar alcanzarlas. He cometido infinidad de errores, de los cuales de muchos me arrepiento, de otros no.
A los 36, sé que aún falta mucho por aprender, sé que mi ignorancia avanza más rápido de lo que aprendo. A pesar de que hoy soy más ignorante de lo que fui ayer, quiero aprender y saber más cada día; esto podría parecer negativo, al contrario, saber que cada día hay algo nuevo por aprender, da un impulso y sentido a vivir.
¿Qué lecciones nuevas he aprendido durante este año?, son varias, pero quiero compartir contigo tres lecciones que he aprendido a los 36 años.
Muchos hemos escuchado hablar sobre la coherencia. Sabemos que es actuar en consecuencia con lo que se dice, piensa y hace. La coherencia es un principio que no se puede eliminar si queremos tener paz mental, pero también puede ser difícil de desarrollar.
Una de las cosas por las que podemos llegar a sufrir, por gusto, es por tratar de agradar a los demás, ceder nuestras decisiones a otros o hacer lo que otros quieren; éstas pueden llegar a desarrollar dentro de nosotros ansiedad o depresión, en donde el causante es la incoherencia. Muchas veces no estamos de acuerdo y actuamos opuesto a lo que sentimos, eso es incoherencia y nos da como resultado intranquilidad.
Cuando estamos en sincronía con todo nuestro ser, por dentro estaremos en calma. Mientras más actuamos de forma forzada por solo querer agradar a los demás, o por aparentar algo que va en contra de lo que sentimos en nuestro interior, nos convertimos en un prisionero de nuestra propia mente. No sentiremos paz.
La coherencia tampoco significa decir todo lo que pensamos, con eso podemos lastimar sin necesidad. Ser coherente es ser libre de ser quien somos sin tener la necesidad de agradar a los demás. La persona más importante con quien podemos de verdad estar en paz, es con nosotros mismos. Cuando sentimos que vamos a hacer algo pero nuestra mente dice otra cosa… tenemos dos decisiones, ser coherentes o incoherentes.
Esta lección da risa por la connotación que tiene, pero encierra una gran verdad. “La vida es como un rollo de papel; mientras más se va aproximando al centro, más rápido siente uno que se acaba”
Recordemos cuando éramos niños, veíamos los años pasar con lentitud; decíamos frases como: “¿Cuándo se acabará el año?, ¡¿Hasta diciembre es navidad?!”, “¡Falta mucho para que sea adulto!”; mientras vamos creciendo estas frases van cambiando: “ni sentí cuándo terminó el año”, “¡¿Tan rápido llegué a esta edad?!“. Así es la vida, como un rollo de papel. Cuando menos lo sentimos nos estamos aproximando al centro del rollo ¿Qué estamos haciendo con cada día de nuestra vida?
Cada año veo la importancia de aprovechar cada momento. No sabemos cuándo será el día o la hora en que hemos de dejar de existir. Imaginemos que hemos llegado a los noventa años de edad: ¿Sentimos que nuestra vida ha valido la pena?, ¿Sentimos que hemos aprovechado cada momento de nuestra vida?, ¿Nos sentimos realizados?
Por eso, a mis 36 años quiero vivir y disfrutar cada momento. Mi forma de disfrutar la vida podrá ser diferente a la tuya. Encuentra la forma en la que disfrutes la vida antes que cada vez que le des una vuelta al rollo de papel sientas que estás dando las últimas vueltas.
¿Cuántas veces hemos culpado a alguien diciéndole que nos hizo enojar o nos hizo sentir tristes?, Hay situaciones en las que transferimos la responsabilidad de nuestras emociones a otras personas, lo hacemos con expresiones como: “Solo tú me haces feliz”, “Tú hiciste que yo me sintiera mal”, entre otras. Es cierto, las palabras de los demás, y las nuestras, contribuyen a la manera en la que nos podemos sentir, sin embargo, la responsabilidad de cómo nos sentimos es nuestra. No de alguien más.
Somos nosotros los que permitimos sentirnos mal, somos nosotros los que decidimos ser felices. La felicidad externa es bonita, pero es mucho mejor la felicidad que decidimos tener. Como discurría antes, en la vida tendremos días malos, y aún en esos días somos dueños de nuestras emociones.
Una palabra hiriente, contribuye a que nos sintamos mal, pero el sentimiento es nuestro, por lo que la responsabilidad de manejarlo o de permitirle que continúe, también es nuestra. Culpar a otra persona por la manera que nosotros nos sentimos es una irresponsabilidad, porque lo que nace de nuestros corazones es de nuestra propiedad, no de esa persona.
Nuestras emociones son nuestras, así de simple.