Por Abner Huertas
En 1971 se llevó a cabo un experimento conocido como: «La prisión de Stanford». El experimento estuvo a cargo del Dr. Phillip Zimbardo y fue ejecutado en la Universidad de Stanford.
La prueba consistió en reclutar a varios jóvenes a quienes se les asignaron —al azar— el papel de prisionero o guardia, todos ellos personas sanas; el sótano de la facultad de psicología se transformó para convertirse —al menos para que luciera— en una prisión con sus celdas, espacio para los guardias, un lugar para la comida, entre otras cosas.
El estudio estuvo ideado para desarrollarse durante dos semanas, pero al cabo de cinco días se tuvo que detener debido a que no se pudo controlar el comportamiento de los participantes.
¿Qué fue lo que sucedió? Lo primero que tenemos que tener claro es que las personas que fueron seleccionadas eran sanos tanto de salud física como en sus funciones cognitivas. Como mencionamos a los participantes se les dio un papel a desempeñar, como guardia o prisionero.
A los guardias se les dio un uniforme e instrucciones sobre cómo se tenían que comportar; de igual forma a los prisioneros se les dio un «uniforme» —una bata— y se les asignó un número con el cual serían llamados desde el momento en que el experimento inició.
En una mañana, un auto de patrulla policial recogió a los «prisioneros» con un orden de captura —hipotética por supuesto— y de ahí fueron trasladados con los ojos vendados a la prisión de Stanford.
El primer día transcurrió sin inconvenientes, pero al segundo día comenzaron los problemas. Los guardias, poco a poco, comenzaron a amedrentar a los prisioneros, en lugar de llamarlos por su nombre los llamaban por su número, esto provocó lo que en psicología le llaman una desindividualización, ya que pierden el «Yo».
Los guardias portaban su uniforme, algunos gafas oscuras, y siempre pedían se les llamase como «señor oficial» o nombres por el estilo. Los prisioneros obedecían las ordenes, algunos se revelaban al inicio, pero después se convirtieron en obedientes.
Podríamos decir que la maldad se hizo evidente con cada día que pasaba. Los castigos que infringían los guardias sobre los prisioneros era impresionante, algo que quizá tú dirías «eso no lo haría yo», pero… ¿estás seguro que no infringirías dolor a otra persona? Tiempo después del experimento los prisioneros dijeron que ellos nunca imaginaron que podrían llegar a infringir dolor a una persona.
La prisión de Stanford deja algo claro: cualquiera de nosotros se puede convertir en un abusador sin siquiera quererlo. Pensemos por un momento. En el caso de la Segunda Guerra Mundial muchos soldados Nazis dijeron que ellos nunca se imaginaron que podrían ser capaces de cometer atrocidades como las que cometieron, aún así, se cometieron… ¿por qué?
El Dr. Zimbardo en su libro «El efecto Lucifer» nos habla al respecto. Hay un «patrón» que puede alertarnos de que estamos entrando en un área que podría llevarnos a cometer actos que después nos podemos arrepentir, estos son: el anonimato, la necesidad de encajar, la desindividualización y la obediencia.
El anonimato
En la prisión de Stanford los guardias vestían su uniforme y llevaban gafas oscuras; esto los hacía pasar anónimos. Cuando uno sabe que no puede ser detectado o nombrado tiene altas probabilidades de cometer actos que «dando la cara» no lo haría. ¿Qué serías capaz de hacer si nadie supiera que fuiste tú?
La necesidad de encajar
Muchos casos de acoso se originan en grupos que intentan dominar a otros. La necesidad de pertenecer a un grupo hace que actuemos, o que nos adaptemos, conforme a los valores del grupo a pesar de que sabemos que ese comportamiento no es el indicado. Muchas personas que son buenas terminan cometiendo actos atroces debido al grupo al que pertenece. Otro aspecto es que los grupos tienden a competir con otros grupos, pero cuando la competencia se va de las manos, un grupo puede empezar a castigar a otros grupos para dominar.
La desindividualización
Desindividualizar significa quitarle la identidad a una persona. En la prisión de Stanford inició cambiándole el nombre por un número. En lugar de llamar a alguien «Jorge» le decían «222»; esto provoca un efecto mental de que ya no está tratando con un ser humano sino con un número, y de forma inconsciente deja de tratarlo como a un ser humano. Esto es como cuando las personas dan sobrenombres peyorativos a otras personas. Los casos de discriminación «racial» inician cuando se deja de ver a la persona como a un ser humano y se le asigna un nombre que le quita su individualidad.
La obediencia
A muchos de nosotros, al menos en mi caso, nos enseñaron que debíamos obedecer a las autoridades; este patrón de pensamiento sigue a la persona a lo largo de su vida. La obediencia en este aspecto está enfocada tanto a líderes como a figuras de autoridad. La obediencia sin cuestionar a la autoridad es muy peligrosa. «El experimento de Milgram» demostró como una persona puede llegar a infringir dolor a otra por obedecer a una autoridad; en este experimento participaban tres personas: el científico, el calificador y el evaluado; de los tres solo el calificador era ajeno al experimento.
La tarea era simple, el calificador hacia unas preguntas al evaluado, si el evaluado se confundía el calificador debía darle una descarga eléctrica. La descarga iba en aumento, cuando el calificador sentía que iba a aplicar mucha descarga le preguntaba al científico, él le decía que debía continuar, el calificador le decía que no se sentía bien con seguir, pero el científico le insistía y le decía que la responsabilidad era para él. El calificador llegaba a aplicar toda la descarga. Por supuesto que todo era una actuación, pero para el calificador no lo era.
Que demuestra lo anterior, la obediencia a la autoridad puede llegar a hacer que comentamos actos que afecten a alguien más.
Conclusiones
Cada uno de nosotros puede llegar a cometer actos atroces, aunque digamos que no lo haríamos. Existen dos formas de cometer una acción: por disposición y por situación; por disposición es muy probable que no cometamos un acto atroz ya que se enfoca en lo que de forma consciente decidimos hacer, pero por disposición es diferente porque lo determina el momento en el que estamos; de este último es del que más nos debemos cuidar.
¿De qué forma podemos cuidarnos de llegar al punto de infringir daño a otro ser humano? Una forma es haciendo lo opuesto a lo que vimos en el patrón que lleva a una persona a cometer actos inhumanos:
- Evita el anonimato siempre da la cara, pon tu nombre para que sepas que te están viendo.
- Cuestiona el grupo. Reconoce que tienes la libertad de moverte de grupo si así lo deseas.
- Siempre llama a las personas por su nombre. Evita los nombres que denigran a las personas.
- Cuestiona la autoridad. Reconoce tus propios valores.
Intenté dejar este artículo lo más corto posible, podríamos escribir un capítulo completo sobre este tema, por eso te invito a que continúes investigando.
2007®