sábado, 30 de diciembre de 2017

Nuestra fragilidad



 

Nuestra Fragilidad

Durante el último mes del 2017 llegó a mi poder un libro que afianzó mi sentir por aprovechar cada momento de mi vida al máximo. El libro se llama «No hagas daño», el autor es un neurocirujano inglés llamado Henry Nash. 

El Dr. Nash escribe sobre su experiencia en el quirófano. Por más de 35 años ha tenido la oportunidad de ayudar a la recuperación de muchas personas, pero al mismo tiempo de su imperfección como ser humano al fracasar en muchas de ellas; en innumerables ocasiones el fallo fue debido a que el estado de la persona impedía una operación exitosa, pero en otros fue error humano.

A lo largo del libro el Dr. Nash describe con detalle como una persona puede estar bien un día, y al día siguiente saber que su vida va a cambiar debido a algo que hay en su cerebro y que requiere operación.

Muchas personas que van a consulta tienen el anhelo de saber que están bien, para muchas esas noticias llegan, para otras no. Muchas veces nos creemos intocables, pero la verdad dista de esto, todos nosotros tenemos algo en común: nuestra fragilidad como seres humanos. Los acontecimientos malos le ocurren a los demás hasta que nos toca sufrir a nosotros.

 Richard Dawkins nos hace ver en su libro «Destejiendo el arcoíris»  que el saber que todos vamos a morir algún día nos hace ser los más afortunados. Un día estaremos en la cima de nuestra fortaleza, pero llegará el día en el que ya no. Es por ello que vivir al máximo cada día es importante. Tú vas a morir algún día. ¿Cómo? No lo sé. Tú tampoco.

 Lo único que tenemos en nuestro control es vivir al máximo, dejar un mejor mundo para nuestras futuras generaciones, intentar hacer el mínimo daño a los demás, y ser feliz con lo que tenemos.

 Toma en cuenta esto: mientras tú respiras, alguien está dejando la vida; mientras tu disfrutas un trozo de pan, alguien más está muriendo por falta de alimento; mientras tú ríes alguien más quiere hacerlo.

 En nuestra fragilidad podemos hacer de nuestra vida una sinfonía de alegría. Todo depende de cómo quieres ejecutar la melodía.

iDeo

2017® 

lunes, 16 de octubre de 2017

Yo elijo






Durante el año 2012 Roberto, un empresario respetado de su ciudad, se encontraba entre una de las situaciones más difíciles en su negocio. En los últimos años había experimentado temporadas altas; y también temporadas bajas. Sin embargo ninguna de sus anteriores temporadas bajas podía compararse con la situación que estaba viviendo.

Para un empresario el flujo de dinero es importante, y Roberto veía como mes a mes los ingresos se reducían; esto lo comenzaba a llevar a una encrucijada, debía tomar una decisión: lo sigo intentando o renuncio.

Al igual que Roberto todos experimentamos temporadas “altas” y temporadas “bajas” en nuestra vida. Las temporadas altas son las mejores, quisiéramos permanecer ahí en lo alto, sin mayores problemas, podría decirse que todo está saliendo según lo planeado.

Pero es en nuestras temporadas bajas donde vienen las decisiones más relevantes de nuestra vida. Y es donde sin decirlo de forma explícita hacemos una elección y decimos “yo elijo..” Y actuamos conforme a lo que dijimos.

En este momento señalamos nuestras temporadas bajas, pero en cualquier momento que debemos tomar una decisión decimos esa frase: “Yo elijo..”.  Y el “yo elijo” desencadena una serie de actitudes que tomaremos encaminada a esa forma de pensar.

Es mi propósito que juntos descubramos dos tipos de elecciones que hacemos ante diferentes situaciones de nuestra vida.  Nuestras decisiones definen el futuro que tendremos. Nuestras decisiones dictan cuales son nuestros valores. Nuestras decisiones también definen nuestro carácter. Pero por sobre todo la elección que hagamos será un reflejo de lo que hay dentro de nosotros.

Roberto se enfrentó ante dos elecciones: Lo intento nuevamente o renuncio permanentemente.  Roberto dijo: “Yo elijo intentarlo nuevamente”. Su elección lo llevó a que su mente trabajara en posibles soluciones.  En estos momentos logró salir adelante de sus problemas.

Imaginemos por un momento si Roberto hubiese dicho: “Yo elijo renunciar permanentemente.”, Imagina por un momento nada más, sus acciones hubiesen sido todo lo contrario, se hubiera saboteado a él mismo, y estoy convencido que muchos años después él se arrepentiría de esa decisión.

Tú al igual que Roberto también puedes tomar esas dos decisiones. La elección que tomes dependerá de tus pensamientos. 

Abner Huertas

2017®

martes, 20 de junio de 2017

Horas perdidas en el tráfico







Aún recuerdo los días cuando tenía más tiempo, al menos hablando de forma figurada. Aquellos días en los que podía salir de mi casa a las 6:45am y llegar a mi lugar de trabajo en media hora. Al salir, cuando podía a las 17:00 podía estar en casa a las 17:45. ¡Tenía más tiempo! Tiempo para pasar con la familia, para leer o para entretenerme en mis pasatiempos, pero como todo en la vida… esto ha cambiado.

Ahora para llegar en media hora a mi trabajo tengo que salir a las 6:00. Si salgo a las 17:00 llego a mi hogar a las 18:45… una hora más tarde, una hora adicional de mi vida perdida en el tráfico.
¿Has sentido que pasas mucho tiempo en el tráfico?

En mi país —Guatemala— los datos estadísticos indican que cada año el parque vehicular se incrementa en un 14%. La realidad es que —aunque no nos agrade— el tráfico es un problema que no está en nuestras manos solucionar; al menos no del todo.

Existen dos factores importantes a considerar cuando hablamos del tráfico: la geografía y la psicología del conductor. La primera se refiere a la estructura de las carreteras, en especial a la capacidad para la cual fue diseñado el parque vehicular. Así que no es inusual que la capacidad de las carreteras está ya excedida.

El otro factor se refiere a la psicología del conductor. En este punto es donde quizá tenemos un poco más de control. Al hablar de la psicología del conductor podemos mencionar sobre: la educación vial, la percepción y el nivel de riesgo; es de éste último donde la mayor parte de los problemas pueden ocurrir.

La verdad es que nunca se nos ha enseñado a conducir en el tráfico, al menos no de forma magistral. Todas nuestras actitudes son aprendidas. Cuando vamos conduciendo aprendimos a frustrarnos, a enojarnos e inclusive a maltratar a otros conductores… aquí es donde también viene la percepción.

Hay dos formas sobre cómo percibimos la realidad: la objetiva y la subjetiva. Muchas veces nos dejamos llevar por la realidad subjetiva; ésta es la que nosotros percibimos como cierta —aunque puede no serlo. Es por eso que pensamos que nosotros somos quienes tenemos más derecho de vía, o que los demás no saben manejar y por eso van muy lento. «Ese cuate por qué no se apura… yo ya hubiera pasado» esto es percepción.

En la percepción subjetiva también entran las buenas propuestas que lanzamos al aire: «el alcalde debería hacer…», «ahí lo que se tiene que hacer es….», pero si nos detenemos a pensar en una realidad objetiva… ¿estas opciones son de verdad viables?¿O en realidad solución el problema?

La realidad es que la población seguirá en aumento y esto conlleva al incremento en vehículos. Esto es una realidad —objetiva— en muchos países. Tan solo haz una búsqueda.

Ahora qué hay con el riesgo. Pues bien, dependiendo del nivel de riesgo de una persona tomará acciones al conducir, como: bocinar, meterse «a la fuerza» a otro carril. Entre menos sensible sea una persona al riesgo, más probabilidades tiene de tomar decisiones al volante que pueden desencadenarse en un accidente. Muchas personas tienen la creencia que las peores cosas —como un accidente— solo le ocurren a los demás, pero esto es falso. Tú tienes la misma probabilidad de sufrir un accidente de alguien quien ya lo sufrió.

¿De qué nos sirve saber todo esto? Pensemos por un momento: como seres humanos somos seres emocionales, al ir en el tráfico vamos a experimentar desde enojo, frustración, desesperación… pero también podríamos experimentar un poco de calma, y por qué no, relajarnos un poco. Conocer que en lo único que tenemos control es de nosotros —nuestra psicología—, y no de la variable geográfica, nos da el conocimiento para calmarnos.

¿Horas perdidas? Puede ser… todo depende de cómo lo percibamos. Sí, habrán horas perdidas, no podemos evitarlo, pero también pueden haber horas ganadas… ¿cómo? Sé creativo y descúbrelo.

Por Abner Huertas.

2017®




miércoles, 15 de marzo de 2017

¿Serías capaz de cometer una maldad?



Por Abner Huertas


En 1971 se llevó a cabo un experimento conocido como: «La prisión de Stanford». El experimento estuvo a cargo del Dr. Phillip Zimbardo y fue ejecutado en la Universidad de Stanford. 

La prueba consistió en reclutar a varios jóvenes a quienes se les asignaron —al azar— el papel de prisionero o guardia, todos ellos personas sanas; el sótano de la facultad de psicología se transformó para convertirse —al menos para que luciera— en una prisión con sus celdas, espacio para los guardias, un lugar para la comida, entre otras cosas.

El estudio estuvo ideado para desarrollarse durante dos semanas, pero al cabo de cinco días se tuvo que detener debido a que no se pudo controlar el comportamiento de los participantes.

¿Qué fue lo que sucedió? Lo primero que tenemos que tener claro es que las personas que fueron seleccionadas eran sanos tanto de salud física como en sus funciones cognitivas. Como mencionamos a los participantes se les dio un papel a desempeñar, como guardia o prisionero. 

A los guardias se les dio un uniforme e instrucciones sobre cómo se tenían que comportar; de igual forma a los prisioneros se les dio un «uniforme» —una bata— y se les asignó un número con el cual serían llamados desde el momento en que el experimento inició. 

En una mañana, un auto de patrulla policial recogió a los «prisioneros» con un orden de captura —hipotética por supuesto— y de ahí fueron trasladados con los ojos vendados a la prisión de Stanford.

El primer día transcurrió sin inconvenientes, pero al segundo día comenzaron los problemas. Los guardias, poco a poco, comenzaron a amedrentar a los prisioneros, en lugar de llamarlos por su nombre los llamaban por su número, esto provocó lo que en psicología le llaman una desindividualización, ya que pierden el «Yo».

Los guardias portaban su uniforme, algunos gafas oscuras, y siempre pedían se les llamase como «señor oficial» o nombres por el estilo. Los prisioneros obedecían las ordenes, algunos se revelaban al inicio, pero después se convirtieron en obedientes.

Podríamos decir que la maldad se hizo evidente con cada día que pasaba. Los castigos que infringían los guardias sobre los prisioneros era impresionante, algo que quizá tú dirías «eso no lo haría yo», pero… ¿estás seguro que no infringirías dolor a otra persona? Tiempo después del experimento los prisioneros dijeron que ellos nunca imaginaron que podrían llegar a infringir dolor a una persona.

La prisión de Stanford deja algo claro: cualquiera de nosotros se puede convertir en un abusador sin siquiera quererlo. Pensemos por un momento. En el caso de la Segunda Guerra Mundial muchos soldados Nazis dijeron que ellos nunca se imaginaron que podrían ser capaces de cometer atrocidades como las que cometieron, aún así, se cometieron… ¿por qué?

El Dr. Zimbardo en su libro «El efecto Lucifer» nos habla al respecto. Hay un «patrón» que puede alertarnos de que estamos entrando en un área que podría llevarnos a cometer actos que después nos podemos arrepentir, estos son: el anonimato, la necesidad de encajar, la desindividualización y la obediencia.


El anonimato

En la prisión de Stanford los guardias vestían su uniforme y llevaban gafas oscuras; esto los hacía pasar anónimos. Cuando uno sabe que no puede ser detectado o nombrado tiene altas probabilidades de cometer actos que «dando la cara» no lo haría. ¿Qué serías capaz de hacer si nadie supiera que fuiste tú?

La necesidad de encajar

Muchos casos de acoso se originan en grupos que intentan dominar a otros. La necesidad de pertenecer a un grupo hace que actuemos, o que nos adaptemos, conforme a los valores del grupo a pesar de que sabemos que ese comportamiento no es el indicado. Muchas personas que son buenas terminan cometiendo actos atroces debido al grupo al que pertenece. Otro aspecto es que los grupos tienden a competir con otros grupos, pero cuando la competencia se va de las manos, un grupo puede empezar a castigar a otros grupos para dominar.

La desindividualización

Desindividualizar significa quitarle la identidad a una persona. En la prisión de Stanford inició cambiándole el nombre por un número. En lugar de llamar a alguien «Jorge» le decían «222»; esto provoca un efecto mental de que ya no está tratando con un ser humano sino con un número, y de forma inconsciente deja de tratarlo como a un ser humano. Esto es como cuando las personas dan sobrenombres peyorativos a otras personas. Los casos de discriminación «racial» inician cuando se deja de ver a la persona como a un ser humano y se le asigna un nombre que le quita su individualidad.

La obediencia

A muchos de nosotros, al menos en mi caso, nos enseñaron que debíamos obedecer a las autoridades; este patrón de pensamiento sigue a la persona a lo largo de su vida. La obediencia en este aspecto está enfocada tanto a líderes como a figuras de autoridad. La obediencia sin cuestionar a la autoridad es muy peligrosa. «El experimento de Milgram» demostró como una persona puede llegar a infringir dolor a otra por obedecer a una autoridad; en este experimento participaban tres personas: el científico, el calificador y el evaluado; de los tres solo el calificador era ajeno al experimento. 

La tarea era simple, el calificador hacia unas preguntas al evaluado, si el evaluado se confundía el calificador debía darle una descarga eléctrica. La descarga iba en aumento, cuando el calificador sentía que iba a aplicar mucha descarga le preguntaba al científico, él le decía que debía continuar, el calificador le decía que no se sentía bien con seguir, pero el científico le insistía y le decía que la responsabilidad era para él. El calificador llegaba a aplicar toda la descarga. Por supuesto que todo era una actuación, pero para el calificador no lo era.
Que demuestra lo anterior, la obediencia a la autoridad puede llegar a hacer que comentamos actos que afecten a alguien más.

Conclusiones

Cada uno de nosotros puede llegar a cometer actos atroces, aunque digamos que no lo haríamos. Existen dos formas de cometer una acción: por disposición y por situación; por disposición es muy probable que no cometamos un acto atroz ya que se enfoca en lo que de forma consciente decidimos hacer, pero por disposición es diferente porque lo determina el momento en el que estamos; de este último es del que más nos debemos cuidar.
¿De qué forma podemos cuidarnos de llegar al punto de infringir daño a otro ser humano?  Una forma es haciendo lo opuesto a lo que vimos en el patrón que lleva a una persona a cometer actos inhumanos:
  1. Evita el anonimato siempre da la cara, pon tu nombre para que sepas que te están viendo.
  2. Cuestiona el grupo. Reconoce que tienes la libertad de moverte de grupo si así lo deseas.
  3. Siempre llama a las personas por su nombre. Evita los nombres que denigran a las personas.
  4. Cuestiona la autoridad. Reconoce tus propios valores.
Intenté dejar este artículo lo más corto posible, podríamos escribir un capítulo completo sobre este tema, por eso te invito a que continúes investigando.

2007®